compatriotas
Shevo doce horas en estas cashes, y no logro separar tiempo, nombres, palabras, hechos, ni aires. No sé si soy sho o el otro que me mirá ser otro.
Estoy tras una ventana en un café de Corrientes con Talcahuano, son las 2:13 AM, me reflejo y ni el tránsito, ni la suave shuvia, ni el silencio dan tregua. A pesar de eso los flashes de cuanta cámara digital pulula a la salida de los teatros (que estuvieron a tablero vuelto) iluminan la avenida cual 6 de la tarde sea.
Desarrosho una mutación, sin ser Gregorio Samsa, sólo levanto la vista y disimulo el asombro del tiempo. Definitivamente esta “puta ciudad” huele a los ‘50. Otrora Capital de Sudamérica. Me encuentro con la dialéctica borgiana de amor odio con sus avenidas circulatorias, intravenosas y arteriantes, falicamente apuntada como dardo en el centro neurálgico del cono sur. Trazada blancamente a vara y cuadriculada (a pesar de su centro) a la casi argentina perfección.
Quése sho. Conflushen en sus fachadas Nueva Orleáns, Paris, Venecia, Santiago y Nueva York, claro, viste, que con luces de Tokio de los ’70.
Este híbrido arquitectónico reluce (si levantás la mirada) y desluce (si la bajás). La miseria o los caprichos del consumo, dejan como guardias las bolsas de basura vigilando cada esquina, orgushosas de la arquitectura moderna del Teatro Metropilitan, magnífico.
Shevo doce horas en estas cashes, y no logro separar tiempo, nombres, palabras, hechos, ni aires. No sé si soy sho o el otro que me mirá ser otro.
Estoy tras una ventana en un café de Corrientes con Talcahuano, son las 2:13 AM, me reflejo y ni el tránsito, ni la suave shuvia, ni el silencio dan tregua. A pesar de eso los flashes de cuanta cámara digital pulula a la salida de los teatros (que estuvieron a tablero vuelto) iluminan la avenida cual 6 de la tarde sea.
Desarrosho una mutación, sin ser Gregorio Samsa, sólo levanto la vista y disimulo el asombro del tiempo. Definitivamente esta “puta ciudad” huele a los ‘50. Otrora Capital de Sudamérica. Me encuentro con la dialéctica borgiana de amor odio con sus avenidas circulatorias, intravenosas y arteriantes, falicamente apuntada como dardo en el centro neurálgico del cono sur. Trazada blancamente a vara y cuadriculada (a pesar de su centro) a la casi argentina perfección.
Quése sho. Conflushen en sus fachadas Nueva Orleáns, Paris, Venecia, Santiago y Nueva York, claro, viste, que con luces de Tokio de los ’70.
Este híbrido arquitectónico reluce (si levantás la mirada) y desluce (si la bajás). La miseria o los caprichos del consumo, dejan como guardias las bolsas de basura vigilando cada esquina, orgushosas de la arquitectura moderna del Teatro Metropilitan, magnífico.
Cierro los ojos y el esplendor de los ’50 me rasguñá el parpado por dentro. Esplendor agotado y desgastado por una clase política oligárquica y miserable, que se farreó un bicentenario de majestuoso. Dictadores, ladrones, corruptos y miopes. Si pareciera que la hubiesen bombardeado. Cortázar premonitor, se apagó con los ojos de Borges, y se sepultó.
Abro los ojos, los vuelvo a cerrar tratando de obturar cada magnífico y divino incidente que es mirar en esta besha puta ciudad. Que no se ha ido a la mierda por su gente, su pueblo que se enrola día a día para llamarla Buenos Aires.
A esta hora no veo ninguna Flor de Irupé. Sin embargo, cual Mr. Smith se multiplican los Sebastianes, vestidos de sábado 2 de agosto haciendo una liturgia bar a bar; teatro a teatro, café en café. Con una mirada bohemia y seductora para atrapar cuanta Ana sola camine de madrugada por ashí.
Obturo nuevamente. Cortázar, Borges, Piazolla, Páez, García, Cerati, Gieco, Gudiño Kiefer, Sosa, Soriano, Subiela, Bielinsky, Spinetta y Aznar me hablaron de esta ventana. Vitrina. Buenos Aires; sus olores, sabores, dolores, colores, sonidos, aullidos, pavores, labores, conflictos. Sus muertes, amores, temores, miserias, beshezas, bohemia, y tantas maravishas y sin sabores, que parecía una vieja amiga, viste. Que cada mirada que doy era un saludo por los años que no la había visto. Tranqui pibe, me digo, no sólo de arte vive el hombre, pero putas que bien me la describieron, si pareciera que no tengo ganas de recorrerla porque ya me la recorrí.
Sus cashes están shenas de gente por todos lados, está shena de autos con patentes argentinas, si parece verano en Chile (en época de bonanza). La gente caminá contenta y te contagiá de ese qué se sho, viste.
Dentro del café, tal como lo describe el autor de Rashuela, la gente se empapa de angustias, humo y placer. Afuera los 5 grados impiden descubrir las siluetas, cinturas y culos respingados que decoran cual galería helénica esta arteria colapsada. Chicas y mujeres de perfiles de concurso, guapas que no sabén lo que sabén. Pero no importá.
Ciudad inquieta, gastada y despierta, como si el “todo va mejor con coca cola” fuera una filosofía estructural. Mierdalín la hace mágica y cosmopolita. Mierdalón la hace hedonista y pecaminosa.
Un pibe se acercá a mi mesa. A cambio de unas monedas me da tres entradas para el teatro, me mirá con su cara mojada y pálida, le doy una tostada dulce, no alterá sus cejas y cambiá de mesa. Sale del café, se abroshá los mojados calzados, se poné un gorro de lana dejando su nariz y sus ojos en la proa y se sumergió entre la gente.
Me inserto en los 5 grados, ha calmado la shuvia. El frío en mi cara me sublevá. Me hago revolucionario de la noche bonaerense. Mimetizando mis pasos, mis deseos y mi propia aventura. En la marquesina del café, queriendo sin querer, enciendo un cigarrisho, arreglo mi gorro de ala ancha, saco de mi chaleco el reloj, lo abro, miro sin mirar el tiempo, abrocho mi abrigo largo de paño, corrijo mi corbata, mis manos se albergán en los bolsishos del abrigo, miro al frente y con un ímpetud consagrado me hago humo en Buenos Aires.
y bueno, un abrazo
Yo o el otro Alejandro
Abro los ojos, los vuelvo a cerrar tratando de obturar cada magnífico y divino incidente que es mirar en esta besha puta ciudad. Que no se ha ido a la mierda por su gente, su pueblo que se enrola día a día para llamarla Buenos Aires.
A esta hora no veo ninguna Flor de Irupé. Sin embargo, cual Mr. Smith se multiplican los Sebastianes, vestidos de sábado 2 de agosto haciendo una liturgia bar a bar; teatro a teatro, café en café. Con una mirada bohemia y seductora para atrapar cuanta Ana sola camine de madrugada por ashí.
Obturo nuevamente. Cortázar, Borges, Piazolla, Páez, García, Cerati, Gieco, Gudiño Kiefer, Sosa, Soriano, Subiela, Bielinsky, Spinetta y Aznar me hablaron de esta ventana. Vitrina. Buenos Aires; sus olores, sabores, dolores, colores, sonidos, aullidos, pavores, labores, conflictos. Sus muertes, amores, temores, miserias, beshezas, bohemia, y tantas maravishas y sin sabores, que parecía una vieja amiga, viste. Que cada mirada que doy era un saludo por los años que no la había visto. Tranqui pibe, me digo, no sólo de arte vive el hombre, pero putas que bien me la describieron, si pareciera que no tengo ganas de recorrerla porque ya me la recorrí.
Sus cashes están shenas de gente por todos lados, está shena de autos con patentes argentinas, si parece verano en Chile (en época de bonanza). La gente caminá contenta y te contagiá de ese qué se sho, viste.
Dentro del café, tal como lo describe el autor de Rashuela, la gente se empapa de angustias, humo y placer. Afuera los 5 grados impiden descubrir las siluetas, cinturas y culos respingados que decoran cual galería helénica esta arteria colapsada. Chicas y mujeres de perfiles de concurso, guapas que no sabén lo que sabén. Pero no importá.
Ciudad inquieta, gastada y despierta, como si el “todo va mejor con coca cola” fuera una filosofía estructural. Mierdalín la hace mágica y cosmopolita. Mierdalón la hace hedonista y pecaminosa.
Un pibe se acercá a mi mesa. A cambio de unas monedas me da tres entradas para el teatro, me mirá con su cara mojada y pálida, le doy una tostada dulce, no alterá sus cejas y cambiá de mesa. Sale del café, se abroshá los mojados calzados, se poné un gorro de lana dejando su nariz y sus ojos en la proa y se sumergió entre la gente.
Me inserto en los 5 grados, ha calmado la shuvia. El frío en mi cara me sublevá. Me hago revolucionario de la noche bonaerense. Mimetizando mis pasos, mis deseos y mi propia aventura. En la marquesina del café, queriendo sin querer, enciendo un cigarrisho, arreglo mi gorro de ala ancha, saco de mi chaleco el reloj, lo abro, miro sin mirar el tiempo, abrocho mi abrigo largo de paño, corrijo mi corbata, mis manos se albergán en los bolsishos del abrigo, miro al frente y con un ímpetud consagrado me hago humo en Buenos Aires.
y bueno, un abrazo
Yo o el otro Alejandro
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