lunes, 3 de mayo de 2010

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Shilenos:

Dos días después, retorno. Dos días pensando “las cashecitas de buenos aires tienen ese qué se sho, viste”. Camino pulsando mis pasos cual detective busca pistas en la escena del crimen. Miro. todo es sospechoso. Sho, las cashes, la gente, la arquitectura, las luces de la ciudad, espejo oxidado de Europa. Soy amable como para obtener pistas. Efectivamente las obtengo. Frente al famosísimo Obelisco, en el corazón de la capital, una pizzería. La idea es comprar una pizza y comerla sentado en la cashe, la sed se cubre de Quilmes. Ashí estoy, sho y el otro. Replicando una acción recomendada, cinco días antes por Alberto Olguín. Esto es único, sabroso, terrenal. Lo que buscaba.
Durante el durante de la acción recordaba y comparaba el concierto de Aznar en Antofagasta con el vivido hace horas en Jujuy. Sus diferencias y similitudes. Definitivamente el rock folclórico de Aznar los jujeños lo sentían propio, era su lenguaje, viste. La apelación en Antofagasta pasó por la cercanía de versiones de Víctor Jara.
Todavía no me daría cuenta que el dato, que a las 22:10 PM. Es decir, 15 minutos después, me daría Rosario, salvaría mi sueño en la noche porteña.
Las imágenes y recuerdos eran cada vez más veloces. Mi memoria RAM volaba. Una cantidad de información. La pizza recién comenzaba a mascarse cuarto a cuarto. La quilmes, sorbo a sorbo. Los coches, los autobuses, la gente, la noche, el subte, la basura y Buenos Aires copaban el espacio virtual y físico de mi kilómetro cuadrado.
La muzzarela de la pizza delataba lo corto de mis brazos, un chicle interminable. La fría cerveza profundizaba en mi garganta.
Giro mi cabeza, la veo pasar, retorno mi mentón a su eje, miro como se pierde entre la gente. Entiendo que el sonido de sus tacos acelerados me presentaron su figura. Larga y ejecutiva dentro de un abrigo negro como de funcionaria de banco en una noche de invierno. Cuando le dije que me dio la impresión de ejecutiva de banco rió hasta que se durmió. Me sumerjo dentro de la pizza y el refresco y mi memoria la compara a muchas. Aunque me pareció verla en ralentti y así quedó filmada.
La noche estaba cubierta por 12 grados, no siento frío. El ruido de la ciudad es cada vez más calmo.
Mi hombro acolchado por una campera negra se hunde con su índice pulsándola. Giro hacia el lado equivocado. Ríe. Me desconcierto. Rosario frente a mis ojos me ofrece participar de una recepción en un restobar de Puerto Madero.
- Sos chileno?
Respondo sin pensar en un cantito argentino.
- Y sí.
- Disculpame, no quise desconcentrarte, pero viste que se está inaugurando un restobar en Puerto Madero.
Sho con los labios y las manos shenos de aceite me distraía en sus cejas separadas por un lunar perfectamente redondo e hindú. Y con ese maldito acento.
-Viste que me voy mañana –digo como evadiendo su invitación- pero si es esta noche, más tarde.
Tal cual lo dije antes, a las 22:10 PM. Me dice: venís?
Dentro de todas las actividades que mi cabeza a esa hora podía sostener, no estaba esta propuesta.
- Mirá acá está la dirección por si te decidís. Andá, está bárbaro.
Claramente por su aspecto y modo esto no era una joda. Cuando termina de decir “bárbaro” se gira y se marcha, cuatro o cinco pasos más ashá, cuando la miraba perderse y me aprestaba a beber un sorbo, se gira y me pregunta. Cómo te shamas? Como que me atoro, le respondo y le pregunto: y tú? Casi gritando responde.
Se encuentra con otra chica. Ambas doblan por Corrientes. Sólo dejaron el perfume.
Como a las 12:20 AM. En la puerta de “charlar restobar” mi soledad se hizo evidente. Dentro del lugar la gente copa en mano, rezaba el título del bar.
Una hora antes, en mi habitación del Bristol, tuve la sensación de haberla visto antes. En plena ducha me acordé. Lorenza estaba en el café de Corrientes y Talcahuano, el café del escrito anterior. Mirá que son las cosas. Si hay algo que me jacto es mi capacidad de gran fisonomista. Nunca olvido los rostro. Claro, eshas entraron al café cuando sho estaba dentro. Eran tres chicas y un chico. La que entró al final era Rosario. Se sentó de espalda a mí, pero frente a un espejo que me permitía verla en cierto ángulo.
Cuando Lorenza me dijo que el sonido de mi celular lo recordaría por siempre, se largó a reír. Pues sonó justo cuando Faustino, el chico y dueño del Restobar, les contó en el café de corrientes con talcahuano, a Rosario y a esha que él y María Victoria se casarían en febrero.
Rosario salio a recibirme con dos copas en las manos. Me dijo, entrás Alejandro?. Yo cigarrillo en mano le dije, si claro. Mientras me pasa la copa, sale Lorenza. Suena mi celular entonando los violines que compuso Bernard Herrmann para la escena de la ducha en Psicosis. Ambas ríen. Y Lorenza de dice, exclamando, sos el chico que estaba en el Café Bri. Ese rington lo recordaré por siempre. Riendo Rosario le dice: y viste, te dije: él estaba ashí. Sho, entre risas y desconcierto trataba de contestar ese llamado de Chile.
Esa noche aun no termina. Y todos somos sospechosos… ya no existe sueño.
Definitivamente las cashecitas de Buenos Aires tienen ese qué se sho…

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